Por qué es la carretera más bonita de Colombia

Por Peter Rockstroh
Biólogo y fotógrafo

A comienzos de 2024, mi colega esotérico Jay Vannini y yo emprendimos un viaje desde mi casa en Bogotá hacia la Cordillera Central de los Andes colombianos, en una travesía en carretera dedicada principalmente a la holgazanería en general y a la fotografía relajada de naturaleza en particular.

Nuestro primer destino fue la ciudad de Armenia, en el departamento del Quindío, corazón de la zona cafetera de Colombia. Salimos de Bogotá al amanecer y, apenas al cruzar la portería, revisamos mi app-espía Waze, la cual indicaba una distancia de 183 km… ¡y un tiempo estimado de viaje de 11 horas y 30 minutos! Cualquier aritmético competente calcularía al instante una velocidad promedio de 15.9 km/h. Eso equivale a correr a 4.4 metros por segundo, o apenas un poquito más rápido que el ritmo de un maratonista olímpico en plena competencia. El tráfico bogotano entre semana es justamente famoso por ser un nudo eterno tras otro, pero aun así, 16 km/h parecía un promedio imposible de alcanzar conduciendo.

Al menos durante las primeras cinco horas…

Durante un buen rato después de salir de la casa, Jay insistió en que la aplicación no podía estar funcionando bien: ese tiempo de llegada para tan corta distancia en una carretera asfaltada moderna simplemente no tenía sentido para él. Irse corriendo de Bogotá a Armenia no solo habría sido mucho más barato, sino casi igual de rápido. Aun así, decidimos seguir en carro, por si acaso llovía. Nos tomó tres horas y media salir de los límites de la ciudad, y aun entonces la ETA hasta Armenia parecía improbable. No obstante, el todopoderoso Waze rara vez se equivoca. A paso de caracol, en efecto nos tomó lo que pareció una eternidad llegar a nuestro primer destino nocturno en el Quindío.

Dos o tres curvas ciegas de haber pasado la entrada, empezamos a ver grupos de ejemplares altísimos y robustos de Espeletia hartwegiana subsp. centroandina, localmente conocidos como frailejones.

Después de pasar unos días en la región y recordar el suplicio del primer tramo del viaje, decidimos regresar por otra carretera, así que buscamos opciones. Llamé a nuestro amigo Wilson, fotógrafo manizaleño, quien sugirió tomar la vía que va desde Manizales, pasando por la entrada al Parque Nacional Natural Los Nevados, vía Murillo y Líbano, hasta Armero. Este es el pueblo que en 1985 quedó sepultado bajo una avalancha de lodo y lava, cuando el volcán Nevado del Ruíz entró en erupción de repente tras 69 años de inactividad, causando la muerte de más de 23.000 personas. Wilson también comentó que esta ruta había sido hasta hace poco una carretera destapada, de esas que unen veredas y fincas. Hasta entonces yo solo había manejado la vía entre la entrada del parque y Manizales, ida y vuelta. Este nuevo camino desciende por la ladera oriental del volcán, que yo nunca había visitado. Tuvimos la suerte de disfrutar buen clima durante la mayor parte de la estadía, aunque el día del regreso comenzó a llover antes del amanecer. Pasamos frente a la entrada del centro de visitantes del parque y seguimos hacia Murillo.

A las dos o tres curvas ciegas de haber pasado la entrada, empezamos a ver grupos de ejemplares altísimos y robustos de Espeletia hartwegiana subsp. centroandina, localmente conocidos como frailejones. Envueltos en la neblina parecían siluetas de monjes con gruesos hábitos. Estos notables miembros de la familia de los girasoles (Asteraceae) dominan los paisajes por encima del límite arbóreo en los Andes del norte. Conforme avanzamos, el terreno pasó de suaves lomas a profundos barrancos, atravesados por escorrentías y cascadas alimentadas por el deshielo.

En un punto cruzamos la quebrada por la cual bajó la avalancha que sepultó a Armero hace 40 años. Se dice que la desaparición del pueblo fue detectada primero por un piloto privado en avioneta, quien avisó a las autoridades en Manizales que estaba sobrevolando el lugar donde debía estar el pueblo… pero no había pueblo. La fuerza de la avalancha se ilustra con un edificio de una planta que parece abandonado junto a la carretera, cerca del cruce entre Armero y Murillo. Ese “primer piso” en realidad es el segundo del antiguo hospital de Armero, que fue arrancado de cuajo y arrastrado cuesta abajo. El verdadero primer piso quedó enterrado bajo tres metros de lodo, ceniza y lava, donde permanece desde entonces.

A medida que la neblina se disipaba, vimos decenas de miles de estos extraños vegetales apiñados en grupos, con faldas de hojas muertas colgando como capas en las zonas de más viento. Bastaba doblar una curva para encontrar otra colonia del mismo frailejón, pero con una fisonomía totalmente distinta: altos y esbeltos, disfrutando de su rinconcito protegido. En el páramo, las condiciones de luz, viento y temperatura limitan la diversidad floral. Los frailejones añaden un aire casi surrealista al paisaje, especialmente entre neblinas densas. Hay en ellos algo casi humano, como si conversaran en voz baja sobre qué hacer con esos extraños que pasan en carro.

Al dejar atrás el último parche de frailejones, le dije a Jay:
—Este es el camino más hermoso que he visto en todo el tiempo que llevo viviendo en Colombia.

Aclaro que de ninguna manera reclamo derechos de autor sobre esa frase. Pero este tramo se ha vuelto tan popular como ruta escénica que las autoridades de tránsito han tenido que aplicar allí el famoso “pico y placa” de Bogotá para restringir la entrada en fines de semana. En todo caso, durante el último año ha recibido bastante publicidad en los medios.

Para mi diversión, lo habían bautizado: “La carretera más hermosa de Colombia”.

Un par de semanas atrás volví a escuchar a un presentador de noticias hablar de la “carretera más hermosa de Colombia” y recordé nuestro viaje del año pasado. Curiosamente, nosotros la recorrimos justo el día en que se abrió formalmente al tráfico, cuando aún había pintura fresca regada en el asfalto porque algún carro había pasado zigzagueando sobre las líneas divisorias. Vimos muy pocos vehículos, ya que la mayoría de los conductores capitalinos ni siquiera sabían de su existencia, y mucho menos que ahora era carretera asfaltada. En ese entonces estaba organizando un viaje fotográfico para la visita de un buen amigo guatemalteco, el Dr. Guillermo Gutiérrez. Es un fotógrafo extraordinario, a quien conozco desde hace más de treinta años, así que decidí incluir esta ruta como primera parada de nuestro itinerario.

La carretera apenas tiene dos carriles de ancho y, en esta zona, Los Nevados está cercado con alambre de púas a ambos lados. La valla se extiende a lo largo de todo el tramo escénico, para evitar que la gente se meta al parque, dañe los frágiles hábitats o deje basura.

Guillermo y yo manejamos de Bogotá a Líbano en unas cinco horas, un tiempo mucho más llevadero que la tortura de la primera visita. También optamos por quedarnos en Líbano, que es al menos 10 °C más cálido en cualquier momento del día que Murillo. Al día siguiente nos levantamos a las cinco de la mañana para dirigirnos hacia el parque. Incluso a esa hora ya era evidente que la zona estaba siendo promocionada como destino turístico, aunque la infraestructura aún no mostraba señales de ello. Vimos grupos de motociclistas en cafés al borde de la vía, temblando mientras se tomaban su primer “tinto” (ese café negro como tinta endulzado con panela, tan popular en Colombia). También algunos carros estacionados con familias que parecían arrastradas por la idea descabellada de alguien de madrugar hasta allá.

El parque estaba cubierto por nubes espesas y parecía que se venía un aguacero en cualquier momento. Pero en vez de eso, el cielo comenzó a abrirse y justo sobre el volcán un rayo de luz iluminó la cima. Inmediatamente todos los vehículos se pusieron en marcha. La carretera apenas tiene dos carriles de ancho y, en esta zona, Los Nevados está cercado con alambre de púas a ambos lados. La valla se extiende a lo largo de todo el tramo escénico, para evitar que la gente se meta al parque, dañe los frágiles hábitats o deje basura. Como el parque no tiene una red de senderos en ese sector, la única forma de acceder es la carretera tallada en la roca. En muchos sitios es evidente que no hay espacio para miradores. Sin embargo, cuando uno oye o lee “la carretera más hermosa de Colombia”, por lo menos esperaría que hubieran habilitado algunos puntos para parar, contemplar y disfrutar. Lamentablemente, el presupuesto de Parques Nacionales no es autosostenible. De los más de 50 parques del país, apenas cuatro generan ingresos suficientes para cubrir sus gastos. La pregunta obvia es: ¿y los demás de qué viven?

Pequeñas asociaciones turísticas de los pueblos aledaños al parque tratan de reunir fondos para consolidar su operación y ofrecer servicios de guianza a este —por ahora— elefante blanco. Pero ¿cómo se le muestra un paisaje a los visitantes si solo es accesible por una carretera en la que no se puede detener uno a contemplarlo? Los Nevados no es una excepción: el mayor páramo del país, Sumapaz, ni siquiera puede costear la presencia constante de guardaparques. Su solución: alambre de púas a ambos lados del camino destapado principal, reforzado con cintas amarillas tipo “escena del crimen”, para desanimar a los visitantes de bajarse del carro y fotografiar. Cuando hay guardas rondando, a algunos parece faltarles habilidades de relaciones humanas, y las discusiones con los turistas son bastante comunes. Sumapaz ha estado habitado por lo menos mil años, y el edificio más antiguo del área bien podría ser una clínica regional de manejo de la ira, funcionando desde la creación del parque.

Los parques nacionales de Colombia los invasores ilegales son raros. Si uno considera las condiciones del páramo, se acuerda rápido de las tres leyes del negocio inmobiliario: ubicación, ubicación y ubicación. Lo que básicamente deja el vandalismo como principal riesgo para el paisaje.

O al menos eso parece.

Los paperos locales quieren ampliar sus cultivos por encima de los 3.000 m, que es el límite altitudinal autorizado para sembrar. Por encima de esa cota, la agricultura se considera amenaza para el páramo. Así que los paperos concluyen que cualquiera que hable de medio ambiente es enemigo de su gremio. Esa es su lectura particular de la papa. Las agencias de turismo que trabajan con guías de naturaleza rara vez recomiendan esta ruta, y hasta desaconsejan explorar los múltiples caminos destapados, algunos de los cuales llevan a predios privados, lo que ha generado enfrentamientos y turistas frustrados o enojados. También hay ganaderos en la zona que buscan expandirse a costa de áreas protegidas.

Abrir una carretera en tierras silvestres siempre trae problemas. En las montañas de Colombia, ganaderos y paperos chocan con las regulaciones de los parques nacionales y con la política de siempre; igual que en Centroamérica, donde varias generaciones de colonos chocan con grandes propietarios y organizaciones conservacionistas. Es, en buena parte de la región, la misma historia repetida durante cinco siglos: gente nueva cometiendo errores viejos. Afortunadamente, en los parques nacionales de Colombia los invasores ilegales son raros. Si uno considera las condiciones del páramo, se acuerda rápido de las tres leyes del negocio inmobiliario: ubicación, ubicación y ubicación. Lo que básicamente deja el vandalismo como principal riesgo para el paisaje. Y en términos estadísticos, uno se pregunta: ¿cuántos vándalos estarán dispuestos a hacer el esfuerzo de manejar hasta el páramo solo para dar rienda suelta a sus impulsos destructivos?

Mientras pueda manejar el flujo vehicular sin aumentar de forma perceptible el impacto sobre el ecosistema, autoridades del parque, de tránsito y visitantes deberían estar satisfechos.

Y aun así, llegan.

La carretera más hermosa de Colombia pasa justo junto al Parque Nacional Los Nevados, pero su manejo no depende de la administración del parque. Une las ciudades de Manizales y Murillo y —aunque su belleza escénica es un beneficio inesperado para algunos de los habitantes que la transitan a diario—, para otros el tráfico intermitente resulta más bien una molestia. Mientras pueda manejar el flujo vehicular sin aumentar de forma perceptible el impacto sobre el ecosistema, autoridades del parque, de tránsito y visitantes deberían estar satisfechos.

En cuanto a las fuentes de financiación para regular el tráfico, construir miradores que ofrezcan buen café y pasteles, administrados por las autoridades de tránsito, así como peajes, podrían ser soluciones viables a corto plazo.

Ya veremos si algo así resulta posible pronto.

  • Para más información sobre frailejones: enlace al Friars Club: https://www.exoticaesoterica.com/magazine/frailejones-colombian-espeletias?rq=friars

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